1 comentarios

ORDEN DE HERMANAS POBRES DE SANTA CLARA.

¿QUIENES SOMOS?



Nuestra Orden tuvo su origen en la inspiración del Señor, infundida al bienaventurado Francisco de Asís, para vivir en la Iglesia según la forma del santo Evangelio. La Madre Santa Clara, plantita del mismo Padre San Francisco, compartiendo con él esta misma vocación, nos la transmitió. Por eso nuestra familia, que se denomina acertadamente "Orden de Santa Clara" o también "Orden de las Hermanas Pobres" y constituye la Segunda Orden Franciscana, consagrada a la vida enteramente contemplativa, profesa la observancia del Evangelio a tenor de la Regla confirmada por Inocencio IV o por Urbano IV, respectivamente.







Para San Francisco y Santa Clara la vida "según la perfección del santo Evangelio", que constituye la índole propia de nuestra Orden, es la misma persona de Jesucristo, que nos llamó y nos dejó el mandato de vivir en memoria suya. Se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Y después de pasar de este mundo al Padre, nos dio el Espíritu en plenitud y al final de los tiempos hará de nosotras un reino para su Padre, "para que Dios sea todo en todo".







Esta experiencia de Jesucristo, que vive en nosotras como "esperanza de la gloria" y es la fundamental y suma perfección evangélica, se realiza en nosotras, peregrinas y advenedizas en este mundo, "en forma de santa unidad y altísima pobreza", según la cual, "siguiendo las huellas del mismo Cristo y de su santísima Madre", hemos elegido "vivir encerradas y servir al Señor en suma pobreza".






La experiencia contemplativa de San Francisco y de Santa Clara nace del encuentro admirativo con el amor sorprendente y gratuito de Dios, encarnado en Cristo Jesús, que se hizo pobre para que nosotros fuésemos ricos. Conocedores humildes y agradecidos de la inmensidad de tal don, se entregaron a la acción del Espíritu del Señor que hizo de ellos habitación y morada de Dios trino
Apasionados de Dios con todo el amor y la fuerza de su mente y corazón, se convirtieron, como María, en humilde acogida y presencia refulgente del Hijo de Dios. A semejanza de Ella, por la fuerza del mismo Espíritu fueron transformados en "esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo".



Mientras el bienaventurado Francisco vivió, por inspiración del Espíritu Santo, la dimensión contemplativa y apostólica de la vida evangélica, la bienaventurada Clara, juntamente con sus hermanas, depositando la Palabra en el corazón y el corazón en Dios, eligió para sí, como forma peculiar de vida, testimoniar principalmente a Cristo dedicado a la contemplación en el monte, a solas con el Padre que se complace en Él.



Ese mismo Espíritu Santo, haciendo de Clara su esposa, impronta de la Madre de Dios, la condujo, en Cristo Jesús, a la comunión con el Padre. Por su santa operación, Clara, habiendo recibido la gracia de hacer penitencia, fue purificada de toda posesión y liberada de toda voluntad propia. Ardiendo en deseos del Pobre Crucificado, Rey de la gloria, conoció al Padre de claridad en claridad, y fue introducida en la comunión de la Trinidad.







En nuestra contemplación, "María, Señora, Reina, Santa Madre de Dios, llena de gracia", que lleva en sí y guarda la vida como clara aurora de esperanza para el género humano, no puede ser separada de Cristo. Ella hizo a Jesús hermano nuestro y, participando de su misterio, hecha "vestidura suya", condujo a San Francisco y a Santa Clara a acoger y obedecer al Evangelio.



Como María llevó materialmente en su cuerpo a Jesús, así también nosotras, siguiendo sus huellas, de manera especial las de su humildad y pobreza, lo llevaremos espiritualmente en un cuerpo casto y virginal, conteniendo a aquél en quien todo se mantiene.
Las hermanas se configuren más y más con María, quien, brillando como modelo de virtudes, las lleva a la contemplación de la obra suprema de Dios: el misterio de la Encarnación.



San Francisco, habiendo encontrado el tesoro evangélico, "lleno del Espíritu del Señor, exclamó: Esto es lo que quiero, esto es lo que busco, esto es lo que deseo hacer desde lo más íntimo del corazón", y "con ardiente anhelo buscaba al Amado".


De igual modo, Santa Clara se transformó totalmente en imagen de la misma divinidad por la contemplación de Cristo y nos mostró el mismo camino, exclamando, a causa del desbordante anhelo y amor del corazón: "Atráeme; correremos, a tu zaga, al olor de tus perfumes, oh esposo celestial! Correré y no desfalleceré hasta que me introduzcas en la bodega.


San Francisco y Santa Clara, siguiendo a Jesucristo, "camino, verdad y vida", se contentaron con sólo Dios. Ninguna otra cosa desearon, ninguna otra cosa quisieron, ninguna otra cosa les agradó ni deleitó sino "nuestro Creador, Redentor y Salvador, solo verdadero Dios, que es bien pleno, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien".
El Espíritu nos conduce a la comunión con Dios y con las hermanas mediante la expropiación, que reproduce el anonadamiento de Cristo. Esta es la altísima pobreza que no nace de los esfuerzos de la renuncia, sino de la respuesta de amor al mismo Señor que nada se reservó para poder entregársenos totalmente.

La pobreza franciscana, más allá de la renuncia a las posesiones terrenas, es manifestación de la plena confianza de los hijos que se entregaron al Padre.
La misma comunión que nos hace uno con el Padre en el Hijo, que recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad, nos une, como en un solo cuerpo, "con los hermanos que nacieron de Dios, no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre".

Pues la comunión fraterna, elemento esencial de la forma de vida de las Hermanas Pobres, es suscitada, alimentada y vivificada por el Espíritu.
Por eso, "amándonos mutuamente por el amor de Cristo y guardando entre todas la unidad del mutuo amor, que es el vínculo de perfección", continuemos con empeño la experiencia de la primitiva fraternidad franciscana en la que todos "se querían con amor entrañable, se servían y alimentaban los unos a los otros como una madre sirve y alimenta a su hijo".

De este modo, nos presentamos ante el mundo como discípulos de Cristo y peregrinamos alegres a la comunión de la eterna bienaventuranza "como pueblo reunido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
La clausura es nuestra opción eclesial de vivir como María escondidas con Cristo en Dios, dedicándonos sólo a Él en la totalidad del amor.
La clausura es también para Santa Clara una dimensión de altísima pobreza por la que se fija un límite dentro de los muros de San Damián. Participa verdadera y propiamente del misterio pascual de Cristo y de la Iglesia. Las hermanas, al abrazar la vida contemplativa, ponen en práctica, de modo más perfecto y de forma singular, un elemento esencial de toda vida cristiana



Santa Clara, contemplando asiduamente el rostro de Cristo, descubría la misericordia del Padre santo y justo en la hermosura creada y en todos los acontecimientos del mundo y de los hombres y prorrumpía en continua acción de gracias: "Bendito seas, Señor, que me creaste".


Esta acción de gracias que alcanza su culmen en la celebración del misterio eucarístico, condujo a Santa Clara a las entrañas mismas de la Iglesia que, por Cristo en el Espíritu Santo, canta incesantemente al Padre himnos de agradecimiento y se renueva de continuo en las puras fuentes de la vida.


Por lo cual, las Hermanas Pobres conviertan toda su vida en "apoyo de los miembros vacilantes del cuerpo inefable del Señor", recibiendo en sí la alabanza del universo y presentándola en la fiesta del Reino que viene.